miércoles, 9 de agosto de 2017

CARICIAS QUE ESPERAN UNA NUEVA PRIMAVERA

Hasta mi lecho la raptaron unos brazos frágiles, clamando ayuda ante una segura caída, pero cuando la depositaron lo convirtió en un prado multicolor.

Llego a mi lecho pidiendo permiso en voz baja, con la timidez de una flor que se abre por primera vez en una nueva primavera a una abeja o a un colibrí.

Llego a mi lecho y susurró una infancia de danzarina escolar, de vuelos y placetas en casco antiguo, de cuestas y felicidad.

Llego a mi lecho con los pétalos de una noche en soledad y en un «me quiere» y un «no me quiere» desnudé su piel para que se fundiera con mía.

Llego a mi lecho y lo llenó de palabras, suspiros y cerezas. Sin prisa, con todos los miedos de la adolescencia perdida, pero con toda la confianza de quien ha vivido el desengaño y de quien ha amado sin condición.

Llego a mi lecho emancipada y descubrí una geografía elegante que rebosa vida, en la cual cada monte cada valle exhala fuerza y vigor. Y se llaman libertad.

Llego a mi lecho reclamando caricias y llenando cada sorpresa de alegría.

Dejó mi lecho y la vi con la cadencia perfecta de una bailarina de bachata cruzar las habitaciones, sus braguitas de raso robaron mi alma y me dejaron desnudo, sin psique.

Vuelvo a mi lecho y no me encuentro sin la flor que ha robado mis sentidos.
Desde mi lecho sólo puedo hacerle una proposición formal de andante caballero del XIX, trasnochado, vetusto, bohemio en bosques llenos de sombras bajo la luz de la luna.

Cuando en tu lecho enraíza una flor y tienes en el desenfreno la ternura de acariciarla únicamente puedes sentir su néctar cuando vuelves a ese prado aunque sea en soledad.


A mi lecho no sé si volverá la primavera, pero mi alma está tatuada de flores.



(El que escribe, 2017)

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