Saltó del libro en busca de la fantasía.
A diferencia del personaje de la Rosa Púrpura del Cairo no encontró el amor, ni supo del calor de la amistad. Le ofrecieron precariedad y frío telemático. Sin carne ni hueso, asépticos besos, miedos encapsulados y pornografía a demanda era lo único que pudo encontrar.
Sintió la necesidad de volver a las acogedoras de páginas de celulosa y tinta, incluso habría aceptado refugiarse entre los ceros y los unos de una secuencia de pdf en su desesperación.
La melancolía le desasosegaba.
Comenzó compulsivamente a buscar un yo para sí. Pero el tiempo le demostró que un personaje en la ficción y en la realidad únicamente puede ser esperpento.
(El que escribe, abril de 2017)