PAPELES PARA QUEMAR

"Papeles para Quemar" es la respuesta lógica en alguien tan prolijo como yo a una realidad de las redes sociales en la que los caracteres se miden al milímetro, aquí puedo dejar escapar toda mi palabrería y mis inquietudes.
Las dos imágenes de los "Caprichos" de Goya que encabezan ambas columnas laterales identifican las intenciones de El que escribe en estas páginas, que están destinadas a arder por el paso del tiempo y por la crítica de quienes deseen participar.
Pues mi existencia se resume en el adagio machadiano: "Vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas".
Este es un espacio abierto a la reflexión, a la creatividad y a la crítica, sobre todo a la crítica, porque sin ella esta área de comunicación carece de sentido.
Vengo de una tradición que sublima la crítica a los lugares más importantes, suelo ser punzante y espero ser punzado, así cumpliré mi objetivo: aprender.

viernes, 11 de agosto de 2017

Una mijica de poesía o literatura al día:


"[...] Pilar Ternera no se sorprendió del acierto de Úrsula, porque su propia experiencia empezaba a indicarle que una vejez alerta puede ser más atinada que averiguaciones de barajas."



(G. García Marquez, 1967) 
LA GUERRA DEL HOMBRE QUE PIENSA

El hombre que piensa se sienta ante el papel vacío, con una estilográfica y mil preguntas.

El hombre que piensa se pregunta por qué los imperativos éticos que se impone no son creíbles desde su proclamación, a pesar de que sus actos se correspondan al milímetro con lo declarado.

El hombre que piensa se interroga sobre cuerpos y mentes, sobre palabras y labios, sobre certezas en un abrazo y desconfianzas en el adiós.

El hombre que piensa se atormenta por el roce de un dedo en una cafetería pública y por la frialdad en la distancia de un teléfono móvil.

El hombre que piensa se hace un buñuelo llorando por su deformidad y su incapacidad para comprender que la experiencia nos hace desconfiados, nos hace conservadores, nos hace recelosos de las personas que piensan que el orden declarado, que la anarquía que anuncia la arcadia soñada, esconde una mentira, dolor y a otros hombres, otros días, un pasado que tortura y que pone diques al amor del presente.


El hombre que piensa sigue solo en una esquina, en posición fetal, con una estilográfica y un papel vacío en guerra con sus entrañas y sus dudas.

(El que escribe, 2017)

jueves, 10 de agosto de 2017

Una mijica de poesía o literatura al día:

"- ¿Por qué le llamas Florisel?

 Ella dijo, con una alegre risa:
 -Florisel es el paje de quien se enamora cierta princesa inconsolable en un cuento.
 - ¿Un cuento de quién?
 - Los cuentos nunca son de nadie."



(Ramón María del Valle Inclán, 1902)

miércoles, 9 de agosto de 2017

CARICIAS QUE ESPERAN UNA NUEVA PRIMAVERA

Hasta mi lecho la raptaron unos brazos frágiles, clamando ayuda ante una segura caída, pero cuando la depositaron lo convirtió en un prado multicolor.

Llego a mi lecho pidiendo permiso en voz baja, con la timidez de una flor que se abre por primera vez en una nueva primavera a una abeja o a un colibrí.

Llego a mi lecho y susurró una infancia de danzarina escolar, de vuelos y placetas en casco antiguo, de cuestas y felicidad.

Llego a mi lecho con los pétalos de una noche en soledad y en un «me quiere» y un «no me quiere» desnudé su piel para que se fundiera con mía.

Llego a mi lecho y lo llenó de palabras, suspiros y cerezas. Sin prisa, con todos los miedos de la adolescencia perdida, pero con toda la confianza de quien ha vivido el desengaño y de quien ha amado sin condición.

Llego a mi lecho emancipada y descubrí una geografía elegante que rebosa vida, en la cual cada monte cada valle exhala fuerza y vigor. Y se llaman libertad.

Llego a mi lecho reclamando caricias y llenando cada sorpresa de alegría.

Dejó mi lecho y la vi con la cadencia perfecta de una bailarina de bachata cruzar las habitaciones, sus braguitas de raso robaron mi alma y me dejaron desnudo, sin psique.

Vuelvo a mi lecho y no me encuentro sin la flor que ha robado mis sentidos.
Desde mi lecho sólo puedo hacerle una proposición formal de andante caballero del XIX, trasnochado, vetusto, bohemio en bosques llenos de sombras bajo la luz de la luna.

Cuando en tu lecho enraíza una flor y tienes en el desenfreno la ternura de acariciarla únicamente puedes sentir su néctar cuando vuelves a ese prado aunque sea en soledad.


A mi lecho no sé si volverá la primavera, pero mi alma está tatuada de flores.



(El que escribe, 2017)