LA GUERRA DEL HOMBRE QUE PIENSA
El hombre que piensa se sienta ante el papel vacío, con una
estilográfica y mil preguntas.
El hombre que piensa se pregunta por qué los imperativos
éticos que se impone no son creíbles desde su proclamación, a pesar de que sus
actos se correspondan al milímetro con lo declarado.
El hombre que piensa se interroga sobre cuerpos y mentes,
sobre palabras y labios, sobre certezas en un abrazo y desconfianzas en el adiós.
El hombre que piensa se atormenta por el roce de un dedo en
una cafetería pública y por la frialdad en la distancia de un teléfono móvil.
El hombre que piensa se hace un buñuelo llorando por su
deformidad y su incapacidad para comprender que la experiencia nos hace
desconfiados, nos hace conservadores, nos hace recelosos de las personas que
piensan que el orden declarado, que la anarquía que anuncia la arcadia soñada,
esconde una mentira, dolor y a otros hombres, otros días, un pasado que tortura
y que pone diques al amor del presente.
El hombre que piensa sigue solo en una esquina, en posición
fetal, con una estilográfica y un papel vacío en guerra con sus entrañas y sus
dudas.
(El que escribe, 2017)
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